martes, 14 de junio de 2011

Carta a la inocencia


Hoy le escribo a la niña que fui un día y dejé de ser sin darme cuenta. Le escribo a la pequeña de grandes ojos risueños, la que estaba llena de esperanzas... La que se enamoraba todos los días y bajaba la ventanilla del auto para sentir la brisa galopar en su rostro. Le escribo a esa pequeña que estaba todo el día soñando y cantando. Te escribo a ti, que te hacías millones de preguntas y no tenías miedo de buscar las respuestas... ¿A qué huele el cielo, papá? ¿Por que estas siempre llorando, mamá? ¿Por que tu cara luce como un papel arrugadito, abuela?
Te escribo a ti pequeña, sé que estas dormida en algún rincón de mi ser, entre ositos de peluche y cuentos de hadas. La razón por la cual estoy haciendo esto es porque necesito que te enteres, que la vida es más dura de lo que ambas creíamos, que el amor duele más que cualquier herida física, que hay personas malas... muy malas, y alguna de éstas pueden esconderse tras la palabra "amigo".
  Es justo que sepas que encontrar a nuestro príncipe azul es un tormento, pero tenerlo al lado es aún más difícil. Debes saber que la vida se lleva a todos a su paso: a papá, a mamá, a abuelita... Ahora todo es complicado, pequeña: la cama ya no es para dormir, y si duermo ya no es para soñar...
  Aún así, a pesar de que el mundo es oscuro y difícil, necesito que sepas... Que crecer vale la pena, que besar y enamorarse no tiene posible comparación, que caer y luego levantarse es un arte que se aprende con el tiempo, que las heridas dejan cicatrices que nos enseñaran a sonreír.... Y sobre todo, necesito que sepas que lo más bello de la madurez son los recuerdos de la infancia.

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