Era un gran regalo.
Lo perdí.
Y el regalo, perdió su valor.
Se marchitó.
Sólo eran unas cuantas ramas con un sentimiento oculto que habían significado tanto para mí...
El lento tic tac de mi reloj iba paralizando los latidos de mi corazón.
Pom pom pom. Pom pom. Pom.
No tenía fuerzas. ¡Era tan irreal!
La única sensación que me invadía era de culpabilidad.
Las nubes seguían su incalculable rumbo hacía ninguna parte.
Las piedras se erosionaban con el rozamiento del agua cálida que caía del manantial.
Las flores florecían con la llegada de la templada primavera.
Los pájaros entonaban su fabuloso cantar al son del viento.
La hierva, tan verde como siempre, bailaba al compás del canto de los pájaros y del viento.
La brisa era dulce como el algodón de azúcar y a la vez cálida como un beso.
Y yo, ahí. Sin hacer nada.
Pensando quién soy.
Qué soy.
Tan... irreal.
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